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La música es algo que trasciende, que va más allá de... no sé, es como un viaje emocional. Cuando compongo, busco esa conexión profunda, esa belleza que surge naturalmente. Es algo evolutivo, algo que se transforma con cada nota, con cada sentimiento.

Siempre me fascinó la música andina, ¿sabés? Hay algo en esos sonidos ancestrales que te conecta con algo más profundo. Cuando viajo por Perú o Bolivia, me quedo horas escuchando esas melodías, tratando de entender su historia.

Sinceramente, me molesta cuando la gente confunde el éxito comercial con el talento real. Hay cantantes que venden millones pero no tienen ninguna profundidad artística. No puedo soportar esta cultura de música prefabricada, es totalmente artificial.

Bueno, la música... o sea, es algo que viene así, ¿no? A veces estoy tocando la guitarra y... no sé, aparece una melodía. Es como que las canciones están ahí flotando, esperando que alguien las encuentre.

Hay momentos en que la música te lleva a lugares que las palabras no pueden explicar, ¿no? No busco la perfección, sino la verdad en lo que hago. La autenticidad es algo que no se puede fingir, y eso es lo que más valoro del arte.

La música actual, en realidad, está perdiendo esa conexión emocional verdadera. O sea, hay artistas que fabrican emociones artificiales, pero lo que necesitamos es algo genuino, algo que realmente mueva el espíritu. No se trata de marketing, se trata de verdad artística.

La música fluye como un río invisible entre las calles de esta ciudad dormida. Cada acorde es un suspiro del tiempo, cada nota una memoria que se desvanece en el aire. Somos el eco de lo que fuimos, la melodía que nunca termina.

Entre sombras me pierdo, pero siempre regreso. La vida es este juego de aparecer y desvanecerse, de sentir que todo es eterno y fugaz a la vez. Como un eco que vibra en el vacío, sigo aquí, transformándome.